domingo, 9 de julio de 2017

Alas de Soledad


Ix Conde

¿Acaso será un premio?, ¿Un castigo?
Lo cierto es que te quedas conmigo,
me entregaste esto que ahora solemos ser.

Me regalaste sus sonrisas, sus palabras,
parte de su juventud y su osadía.

¿Cómo no perderme en esos lunares que me fueron entrañables?
¿cómo no admirar esa mirada serena?
¿cómo no besar esos labios perfectos llenos de él?

Supongo, soledad, que al mismo tiempo me regalaste estas alas,
esta sensación de libertad que acaba por hastiarme
cada vez que vuelvo a perder algo que he amado.

Estábamos sin estar, nos amamos sin pensar,
nos sumergimos en esa sensación embriagante
en la que se sumergen los amantes.

Fue mágico, el trance en que nos envolvimos;
le preste mis alas para no atraparlo,
por temor a perder, lo tantas veces perdido.

Quise no herirle, no poseerle, no perderme en la necesidad, absurda,
de aprisionarlo como a un objeto.

Me deje llevar por la simplicidad, por las charlas,
por las risas, las canciones;
por su abrazo cálido, por la naturaleza mágica que me dio encontrarle
y poco a poco descubrirle, en las cosas cotidianas de los días.

Esa perturbación de ideas metódicas para conquistarnos,
jamás se presentó,
todo surgió de la nada, todo nos sorprendía, nos envolvía.

Albergue la incertidumbre, hasta que poco a poco me convencí,
nada permanece para siempre sin una meta,
así que me dispuse a amarle.

Preconcebí la idea, de que la soledad se acompañaría de sonrisas,
que abrigaran su recuerdo después de este viaje.

Acepte que no tenía que ser para siempre,
la idea que me mantenía segura de no desear amar a nadie más.

Interpuse los besos a todos los miedos;
entonces, decidí volar, para soltar estas alas de soledad.

Por: Maria I. Conde P.

Dedicado a: Fco. Javier Ramirez Gonzalez

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