Lo cierto es que te quedas conmigo,
me entregaste esto que ahora solemos ser.
Me regalaste sus sonrisas, sus palabras,
parte de su juventud y su osadía.
¿Cómo no perderme en esos lunares que me fueron
entrañables?
¿cómo no admirar esa mirada serena?
¿cómo no besar esos labios perfectos
llenos de él?
Supongo, soledad, que al mismo tiempo me
regalaste estas alas,
esta sensación de libertad que acaba por
hastiarme
cada vez que vuelvo a perder algo que he
amado.
Estábamos sin estar, nos amamos sin
pensar,
nos sumergimos en esa sensación
embriagante
en la que se sumergen los amantes.
Fue mágico, el trance en que nos
envolvimos;
le preste mis alas para no atraparlo,
por temor a perder, lo tantas veces
perdido.
Quise no herirle, no poseerle, no perderme
en la necesidad, absurda,
de aprisionarlo como a un objeto.
Me deje llevar por la simplicidad, por las
charlas,
por las risas, las canciones;
por su abrazo cálido, por la naturaleza
mágica que me dio encontrarle
y poco a poco descubrirle, en las cosas
cotidianas de los días.
Esa perturbación de ideas metódicas para
conquistarnos,
jamás se presentó,
todo surgió de la nada, todo nos
sorprendía, nos envolvía.
Albergue la incertidumbre, hasta que poco
a poco me convencí,
nada permanece para siempre sin una meta,
así que me dispuse a amarle.
Preconcebí la idea, de que la soledad se
acompañaría de sonrisas,
que abrigaran su recuerdo después de este
viaje.
Acepte que no tenía que ser para siempre,
la idea que me mantenía segura de no
desear amar a nadie más.
Interpuse los besos a todos los miedos;
entonces, decidí volar, para soltar estas alas de soledad.
Por: Maria I. Conde P.
Dedicado a: Fco. Javier Ramirez Gonzalez
Por: Maria I. Conde P.
Dedicado a: Fco. Javier Ramirez Gonzalez

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